jueves, 30 de julio de 2009

RESTOS DEL PASADO RECIENTE

Hay amigos que encuentro en momentos inoportunos, o cuando menos quiero ver, pero que, al menos, me ponen al tanto del mundo que deje atrás, semioculto.
Fue el caso de Raúl, integrante del denominado “escuadrón de la muerte” y cincuentón que cambió la guitarra por la cañita; uno más de los que la arena cobija por la noche en la playa.
Apoyado por unas muletas, caminó hasta el puesto de cochinita pibil donde yo esperaba una torta que hiciera pareja con mi Coca Cola.
Tres, quizá cuatro años de no coincidir en las calles de este intento de ciudad justificaron el gasto extra para convidarle una torta y un refresco igual al mío.
La sencillez de su vida, le permitía hablar sin disimulo.
Como si pidiera la hora, preguntó si aún me atascaba de perico, generando reacciones distintas en los gestos de las cuatro personas que estábamos alrededor del puesto ambulante.
Para balconearme de plano, Raúl exhibió el rubor que pintaba mi rostro, “estás bien rojo, mi hermano, qué onda así”.
Antes de que siguiera haciendo pública mi vida privada, o los vicios que guardo en ella, le pregunté sobre su historia, enfocándome al origen de las muletas que lo sostenían.
Fiel a su modo de ser, sintiéndose una persona culta que no termina de aceptar que es un paria, expuso que padecía de un aumento asintomático de ácido úrico en la sangre.
Sin dar tiempo a una respuesta, definió en una palabra su enfermedad, gota, para así verse como un erudito viviendo entre ignorantes.
Consciente de que esa torta podría ser el único alimento del día, o más, la consumió pausadamente. Y, con ello, sacarme otro refresco, el cual pidió para llevar en una bolsa a falta de vaso desechable.
Mi poca pericia para poner fin a un encuentro de esta naturaleza, me llevo a un lento recorrido sin rumbo, acoplándome al paso de Raúl quien, por su parte, hizo un recuento de los integrantes del “escuadrón”.
Los que quedan, los que se llamaban.
Los que pudieron dejar al “escuadrón” y la botella; y los que ocuparon su lugar.
Sólo a unos cuantos ubiqué de los múltiples apodos que citó Raúl. Pero les di la misma importancia a todos: ninguna.
Igual que con los cientos de turistas con quienes mantuve una cordial relación en el pasado, ésta fue breve, esporádica; semejante a la que tenía con algunos de los miembros del “escuadrón”.
Calles después, cuando pude anunciar la despedida, Raúl utilizó el momento para pedirme “una moneda”. Como si fuera un protocolo a seguir cada que nos encontramos.
Sin embargo, no sé por qué se la negué en esta ocasión. En todos los encuentros anteriores, siempre hice la parte que me correspondía de este “protocolo”.
Ni siquiera recurrí a la clásica mentira de no tener cambio en ese instante. Simplemente le dije que no.
Ahora, creo que fue el hecho de decirme que ya no tomaba y que la moneda sería para costear su pasaje a la doble A, lo que me llevo a negársela.
“Una moneda, la que haya en tu corazón”, suplicaba en un último intento.
Al preguntarle qué había, entonces, en su corazón, respondió que “pura vida”.
“Yo también tengo pura vida, Raúl”, dije dándole la espalda a él y a los restos de mi pasado. Pero sin librarme de un “¡pinche culero!”, con el que se despidió, y que mi cerebro conserva, aún, en sus entrañas.

viernes, 24 de julio de 2009

MI NUEVO CUARTO

Pareciera que ninguna habitación me soporta y por eso soy una especie de nómada moderno que, para no sembrar y cosechar, me quedo en un sitio hasta que éste ya no cubre mis necesidades, y emprendo la marcha a otro lado.

Mi nuevo cuarto mide seis metros de largo y tres de ancho, pero cuenta con baño individual que tiene puerta con espejo y hasta un ventilador de techo que es de gran ayuda para no encerrar el calor.
No le cabe un librero pues el sofa-cama acapara el espacio, incluso el aéreo ya que no puedo mecerme en la hamaca o, de menos, estirar mis extremidades como acostumbro para un descanso más agradable.
Unas repisas de cemento compensan la falta de espacio permitiéndome poner mis libros (pocos, por cierto), películas y cuadros. Y el closet con puertas sirvió para que las cosas que deben estar regadas en el piso, para darle ese imagen de desorden a la habitación, las ocultara.
Otro ventilador de techo hasta ahora cumple adecuadamente su función de lanzar aire fresco, pero con el riesgo de golpearme las manos si por un descuido las levanto, ya sea para ponerme una camiseta o jalando la cadena que enciende y apaga el foco.
Si la temperatura llega a ser insoportable, el aire acondicionado será mi mejor amigo por su importante contribución para quitarme el calor.
Tengo un frigobar al cual pienso meterle un Jagermaister, un Jameson y unas cervezas para consentir a las visitas. De momento sólo conserva mi yogurth para el cereal, dos manzanas y mi tarro de los Pumas con agua.
La estufa eléctrica servirá para prepararme de vez en cuando algún alimento; huevos revueltos con salchicha y chilaquiles principalmente.
Y la barra de cemento la podré adaptar como mesa, aunque ahí estará mi reproductor de música, el que guardé en una casa de empeño por 300 pesos para acompletar el depósito.
Igual de cemento, una especie de centro de entretenimiento diseñado exclusivamente para colocar el televisor, separa dos ventanas con vista al pasillo.
Éstas últimas, preferí dejarlas con las persianas cerradas, evitando así que mis vecinas se cohiban o sientan incomodas ante mi lasciva mirada.

Mi cuarto, o estudio, es parte de un conjunto habitacional; seis edificios con cuatro estudios, más otras casas que ocupan la mayor parte de la manzana.
La renta del reducido espacio que me dará privacidad, me da derecho a usar un patio con jardín, que cuenta con una mesa y dos bancas de cemento, y un asador para carnes, aptos para organizar una parrillada con mis amigos… en tanto no perturbe la tranquilidad de mis vecinos.
Vivo en una zona céntrica, a cinco calles de la playa y la zona turística, a cuatro de mi antro favorito, a tres de mi oficina, y a dos de mi taquería predilecta.
Por su ubicación, es obvio que la renta me obligará a administrar cuidadosamente mi salario.
Es probable que la estufa eléctrica la utilice un mayor número de veces, a como pensé en un principio.
Tal vez me adapte a las altas temperaturas y olvide que tengo clima artificial, para que los recibos de la CFE sean fáciles de cubrir, evitando el corte en el suministro.
A lo mejor las chelas y el alcohol con que quiero recibir a las visitas no las habrá en el frigo y sólo tendré para ofrecer a las visitas un vaso con agua.
Quizá nunca organice una parrillada y en la mesa del patio sólo se sentarán los amigos a fumar cigarros; ni siquiera mariguana por aquello de la mojigatería humana que conlleve a que la administración me pida el cuarto.
El espacio de 6 por 3 no vale el precio que tendré que pagar en los siguientes meses, estoy consciente.
Sin embargo…
A pesar del área tan reducida, que me obliga a contar con lo necesario para no hacerlo más estrecho, hay suficiente espacio para la mesa plegable donde asiento mi iBook G4.
Por ahora, estoy bien así. No me hace falta un lugar más grande para salir del mundo.
He estado en diversos cuartos; en unos, rentando solo, y en otros, compartiendo.
El último refugio que renté solo, durante 54 meses, era de 6 por 4.

Mucho tiempo atrás, viví en una palapa de 3 por 3 con un amigo, la cual estaba dentro de una propiedad donde compartíamos un baño y un pozo del que sacábamos el agua para echar a la taza y para ducharnos, con otras seis palapas habitadas por familias de 4 y hasta 7 integrantes; en una época en la que nos era difícil pagar 600 pesos (300 cada uno) de renta.
En condiciones muy distintas a las de aquél tiempo, el sentimiento que festejo en este instante es comparable al que me ayudó a resistir ese periodo.
La satisfacción de abandonar el nido materno, liberarme de las obligaciones y normas que regían bajo ese techo y, sobretodo, no depender más del dinero de otros, fue el aliento que me mantuvo tres meses soportando esas deplorables condiciones.
Como en esa época del 99, llego a un sitio que desde hoy identifico como mi hogar. Sin dinero, igual que hace 10 años, aunque ahora con un empleo.
Eso sí, a diferencia del ayer, no tenía dinero pero tampoco deudas. Hoy tengo sólo un poco, insuficiente para cubrir todos los préstamos y obligaciones fiscales.

Durante el tiempo que permanecí en aquella palapa de 3 por 3, miraba al futuro. En esta habitación de 6 por 3, escribiendo esto, miro al pasado.