miércoles, 11 de febrero de 2009

YO NACI PARA BATEAR

Si los torneos de fútbol fueran como los de básquetbol, con un ritmo de tres partidos a la semana; o como los campeonatos de béisbol, con series de tres o cuatro juegos, y en finales a ganar cuatro de siete, este deporte sería más adictivo.
Pero, ni modo, debemos conformarnos con ver a nuestro equipo una o dos veces a la semana, si participa en otro torneo aparte del local.

Hasta hace unos años, en esta región del país, que conocemos como la Península de Yucatán, el fútbol no era el deporte de mayor popularidad. El béisbol estaba por encima de éste.
Pero factores como la migración y la televisión, han logrado que el fútbol se posicione a tal grado que ya existe un equipo de primera división.

Mi padre es oriundo de la Península y, como tal, es uno de los que prefieren “la pelota caliente” por sobre el balón. Su pasión es tan grande que, puedo asegurarles, aborrece el fútbol y todo lo que gire en torno a éste.
Cuando llegué a este mundo, el sueño de mi viejo era verme en el “diamante” realizando espectaculares atrapadas y sacando “outs”, con el uniforme de un equipo grande como los Tigres o los Diablos, sino es que alguno de las Grandes Ligas.
Su sueño creció conforme daba muestras de mi talento en la Liga Anahuac, una escuela de béisbol en la ciudad de México donde aprendí a batear y cachar, y entender las reglas del juego.
Una de las grandes alegrías que le di a papá, fue obtener el trofeo de máximo jonronero y, con mi equipo, el campeonato del circuito de las Ligas del Distrito Federal, en la categoría 5-6 años.
“Tiene madera para llegar a Grandes Ligas”, presumía él a sus amigos.

Ahora, cuando llego a visitarlo, no falta su comentario: “tú deberías estar ahí en el campo”, mientras disfrutamos algún partido de los Leones de Yucatán.
Y en cada ocasión que me suelta este reproche, el pobre no se da cuenta que me hace odiarlo más a él y su deporte, y querer más a mis Pumas y el fútbol.

Mientras miró en la tele un partido de la Serie del Caribe, por mi mente cruzan las palabras de mi padre y que me motivan a escribir estas líneas.
¿En verdad tenía talento para ser un beisbolista?

En algunas ocasiones, cuando los Pumas pierden un partido, suelo recibir la llamada de mi viejo, quien más que querer saludarme y saber cómo estoy, prefiere burlarse, aprovechando el momento anímico por el que paso.
Je je, me doy cuenta que las derrotas universitarias reviven en mi padre aquéllas esperanzas de ver en mi lo que él no pudo ser tampoco.
Ni modo, viejito, como dice uno de los cantos Puma: “es un sentimiento que no puedo parar”.