Pareciera que por fin me olvidé de las chaquetas mentales...
que perdí el teclado en alguna de mis guarapetas o que aún no logro juntar el varo pa sacarlo del empeño porque es difícil en estos tiempos ahorrar y costar mis necesidades etilícas al mismo tiempo...
que el abuso en el consumo de los productos que resultan nocivos para la salud, efectivamente me dañó...
pareciera que, quien sabe cómo chingados, la cordura ocupa su lugar en mi cerebro...
de momento atino mencionar que las chaquetas mentales se contagian y que me he propuesto esparcir el virus en algunos cuantos.
viernes, 5 de diciembre de 2008
martes, 15 de julio de 2008
Espera la Otra Primavera Bandini
No es que haya suspendido eso de la escritura y las chaquetas mentales, sino que de momento no se puede publicar en este espacio...
Pero en breve daremos un adelanto, pa seducirlos y mantenerlos pegados a esta señal, digo si todavía vive alguien al otro lado...
Pero en breve daremos un adelanto, pa seducirlos y mantenerlos pegados a esta señal, digo si todavía vive alguien al otro lado...
jueves, 1 de mayo de 2008
LA ABUELA
Pase toda la tarde intentando recordar cuando vi por última vez a la abuela materna.
Parte de esa tarde la utilice también para tratar de recordar la fecha en que murio la abuela paterna y la última vez que la vi.
De la abuela paterna no alcancé a despedirme, de la materna sí.
Fue a petición de mi madre, quien me pidió despedirme de ella porque el cáncer está muy avanzado y es cuestión de horas, que le marqué para saludarla por penúltima, antepenúltima, o última vez.
¿13 años, 15 años? Más o menos ese tiempo sin verla, pero exactamente cuánto no.
Seguro la vi en su casa, o en casa de una de sus otras hijas, que al cabo vivían cerca de ella.
Al teléfono, a la distancia, al hablar con ella, tenía esa intención de preguntarle si ella recordaba cuándo nos vimos por última vez, pero ya la tía me había advertido que tal vez nni me ubicara por el sedante que le acababa de poner.
Sin embargo, sí me ubico y hasta me dijo en dónde estaba mi mamá en ese momento.
Y luego, ¿qué decirle a alguien a quien no has parlado en lso últimos 12, 14 años?
Me duele todo el cuerpo hijito.
Ay abuela, más le habrá dolido lo que le hemos hecho todos nosotros toda la vida.
La quieren en otro lado, la están invitando abuela, nomás es cuestión de que acepte.
Sí, ya me están hablando hijito, se quedan sin mi.
Ay abuela, que no nos hemos visto no significa que no nos volveremos a ver. Ya verá, la iré a visitar uno de estos días.
Diálogo fácil, entre quien ya aceptó lo que le toca y quien no tiene que ser hipócrita para darle esperanzas de una vida larga.
Que Dios te cuide y te proteja hijo.
Estoy seguro que usted lo hará mejor desde donde este abuela.
¿Y tu papá? Saludámelo mucho.
Ok abuela yo le digo y a ver si le habla también.
Cuidáte mucho hijo y cuida a tu mamá.
No abuela, usted nos va seguir cuidando como siempre.
Bueno, eso sí. Adiós hijito.
Ok abuela, a ver si la encuentro de nuevo.
Luego otra voz, desconocida para mi, preguntando si quería hablar con la tía.
No, para qué si ella todavía está viva.
La pregunta se pasea en mi cerebro, ¿por qué deje de hablarle todos estos años?
Mi mamá en los últimos días me lo preguntaba seguido, ¿qué te hizo tu abuela para que ya no quieras verla?
En mi cerebro flota una idea cercana a la religión.
Mi abuela fue católica y me hizo católico.
Después se convirtió en testiga de Jehova.
Pero yo me convertí en ateo y luego, simplemente, deje de creer en eso, en la existencia de un dios.
Y ahora me pregunto si estoy molesto porque la abuela cambió de religión o porque en realidad no he dejado de creer en Dios, después de todos estos años…
Parte de esa tarde la utilice también para tratar de recordar la fecha en que murio la abuela paterna y la última vez que la vi.
De la abuela paterna no alcancé a despedirme, de la materna sí.
Fue a petición de mi madre, quien me pidió despedirme de ella porque el cáncer está muy avanzado y es cuestión de horas, que le marqué para saludarla por penúltima, antepenúltima, o última vez.
¿13 años, 15 años? Más o menos ese tiempo sin verla, pero exactamente cuánto no.
Seguro la vi en su casa, o en casa de una de sus otras hijas, que al cabo vivían cerca de ella.
Al teléfono, a la distancia, al hablar con ella, tenía esa intención de preguntarle si ella recordaba cuándo nos vimos por última vez, pero ya la tía me había advertido que tal vez nni me ubicara por el sedante que le acababa de poner.
Sin embargo, sí me ubico y hasta me dijo en dónde estaba mi mamá en ese momento.
Y luego, ¿qué decirle a alguien a quien no has parlado en lso últimos 12, 14 años?
Me duele todo el cuerpo hijito.
Ay abuela, más le habrá dolido lo que le hemos hecho todos nosotros toda la vida.
La quieren en otro lado, la están invitando abuela, nomás es cuestión de que acepte.
Sí, ya me están hablando hijito, se quedan sin mi.
Ay abuela, que no nos hemos visto no significa que no nos volveremos a ver. Ya verá, la iré a visitar uno de estos días.
Diálogo fácil, entre quien ya aceptó lo que le toca y quien no tiene que ser hipócrita para darle esperanzas de una vida larga.
Que Dios te cuide y te proteja hijo.
Estoy seguro que usted lo hará mejor desde donde este abuela.
¿Y tu papá? Saludámelo mucho.
Ok abuela yo le digo y a ver si le habla también.
Cuidáte mucho hijo y cuida a tu mamá.
No abuela, usted nos va seguir cuidando como siempre.
Bueno, eso sí. Adiós hijito.
Ok abuela, a ver si la encuentro de nuevo.
Luego otra voz, desconocida para mi, preguntando si quería hablar con la tía.
No, para qué si ella todavía está viva.
La pregunta se pasea en mi cerebro, ¿por qué deje de hablarle todos estos años?
Mi mamá en los últimos días me lo preguntaba seguido, ¿qué te hizo tu abuela para que ya no quieras verla?
En mi cerebro flota una idea cercana a la religión.
Mi abuela fue católica y me hizo católico.
Después se convirtió en testiga de Jehova.
Pero yo me convertí en ateo y luego, simplemente, deje de creer en eso, en la existencia de un dios.
Y ahora me pregunto si estoy molesto porque la abuela cambió de religión o porque en realidad no he dejado de creer en Dios, después de todos estos años…
viernes, 18 de abril de 2008
Pequeño cuento para antes de dormir
No era el calor lo que tenía inquieto a Sergio en su lado del colchón.
Tampoco lo era la repentina cruda, producto de las tres canastillas que tomó desde el mediodía hasta las 6 de la tarde en que calló dormido todo ebrio.
Y menos la ansiedad de porquería blanca que desde semanas atrás su cuerpo le pedía para recordar viejos tiempos.
En la otra mitad de la cama, Ana fingía su sueño. No sabía si Sergio estaba de buenas o de malas y mejor disimular a iniciar la posible discusión.
Incluso fingió un sueño profundo cuando Sergio tomó el control para prender el televisor.
Pero ni la tele calmaba a Sergio, quien iba de uno a otro canal, sin ver en realidad la pantalla pues su ojos buscaban en el techo otra imagen.
Ana quería volverse para ver a Sergio y observarlo con los ojos entrecerrados, pero no lo hizo ni siquiera cuando Sergio le preguntó si dormía.
Finalmente, Sergio dejó el control y en la tele la repetición de algún partido de fútbol.
Se sentó al borde de la cama, se puso de pie, volvió a sentarse y pararse como si hiciera sentadillas.
Se quitó la playera y la uso para limpiar el sudor de la cara.
Se quitó el calzón y caminó al baño para dejar caer algo de agua en todo su cuerpo.
Regresó mojado y tomó el control.
Ana se mantuvo en su "pesado sueño" a pesar de que Sergio le tocaba el hombro preguntando si de veras dormía.
Con el control inició el recorrido de canales, pero pronto lo detuvo en uno que mostraba imágenes de una mujer embarazada haciendo ejercicios con una pelota.
Miró al techo y luego a su pareja, como buscando el vientre de ella.
La tele mostraba a una mujer feliz. La cama a dos personas cabilando a su manera.
Sergio tocó de nueva cuenta el hombro de Ana y de ahí paso la mano hasta el vientre.
Ana conservó su postura y agregó una respiración profunda para darle más veracidad al sueño.
Sergio quitó la mano para jugar con el control.
Canal tras canal, sólo lo detenía cuando alguna imagen mostraba a un niño o un cachorro o alguna mujer con cara de madre.
Pero tras una pausa continuaba con el cambio hasta regresar al canal donde la mujer embarazada hacía ejercicios. Ahora recostada sobre una alfombra.
Ana comenzó a sentir la sensación de orinar y se incomodó.
Movió las piernas para quedar en posición fetal, con la intención de aguantar aquellas ganas. Aún le daba la espalda a él.
Sergio utilizó el control pero ahora oprimía los números que lo llevaban a canales donde aparecían caricaturas.
Momentos después oprimió dos números que llevaron a la tele a un progrma donde una especie de ave le deba la comida en el pico a sus crías, mientras otro cuidaba el nido.
Sergio sudaba nuevamente, pero antes de ir a la regadera a empaparse, cambió al canal donde la mujer embarazada continuaba con los ejercicios.
Ana aprovechó la ausencia de Sergio para estirarse pues la posición que mantenía ya le molestaba.
Al escuchar que el grifo se cerraba regreso a la misma.
Sergio se sentó en el lado de su cama, pero enseguida se paró, rodeó la cama y se sentó junto a Ana.
Esta vez la movió y empujó para despertarla si en verdad ella dormía.
Ana ya no pudo disimular.
"¿Estás segura?", escuchó de él.
"Estoy segura, ya te lo dije no sé cuántas veces", respondió con la certeza de que esa noche ya no acabaría.
"¿De verdad lo estás?", atinó a musitar Sergio.
Ana se recarga sobre la cabecera, "sí, sí, sí, sí lo estoy Chueco, las veces que me lo preguntes no van a cambiar nada".
Una pausa, uno de esos silencios incómodos. Resignación de Sergio, respira profundo y vuelve a su parte de la cama.
Ana se acomoda, pero de cara a su pareja quien busca una posición que lo haga descansar.
Ella lo acaricia y él encuentra la posición perfecta, dándole la espalda.
Ella lo acaricia.
"¿Cuándo?", escucha ahora.
"No lo sé Chuequito, ¿cuánto tardan una pareja en tener casa, trabajo estable y una posición económica que nos permita quedarme en casa para atender un niño?".
Silencio, ya no tan incómodo pero, maldito silencio piensa ella.
Sergio toma el control y busca el partido repetido de fútbol.
Su mano busca el miembro al que sacude antes de, por fin, quedar dormido.
Ana apaga la tele. Cierra los ojos y se duerme pensando que jamás la obligarán a cambiar pañales...
Tampoco lo era la repentina cruda, producto de las tres canastillas que tomó desde el mediodía hasta las 6 de la tarde en que calló dormido todo ebrio.
Y menos la ansiedad de porquería blanca que desde semanas atrás su cuerpo le pedía para recordar viejos tiempos.
En la otra mitad de la cama, Ana fingía su sueño. No sabía si Sergio estaba de buenas o de malas y mejor disimular a iniciar la posible discusión.
Incluso fingió un sueño profundo cuando Sergio tomó el control para prender el televisor.
Pero ni la tele calmaba a Sergio, quien iba de uno a otro canal, sin ver en realidad la pantalla pues su ojos buscaban en el techo otra imagen.
Ana quería volverse para ver a Sergio y observarlo con los ojos entrecerrados, pero no lo hizo ni siquiera cuando Sergio le preguntó si dormía.
Finalmente, Sergio dejó el control y en la tele la repetición de algún partido de fútbol.
Se sentó al borde de la cama, se puso de pie, volvió a sentarse y pararse como si hiciera sentadillas.
Se quitó la playera y la uso para limpiar el sudor de la cara.
Se quitó el calzón y caminó al baño para dejar caer algo de agua en todo su cuerpo.
Regresó mojado y tomó el control.
Ana se mantuvo en su "pesado sueño" a pesar de que Sergio le tocaba el hombro preguntando si de veras dormía.
Con el control inició el recorrido de canales, pero pronto lo detuvo en uno que mostraba imágenes de una mujer embarazada haciendo ejercicios con una pelota.
Miró al techo y luego a su pareja, como buscando el vientre de ella.
La tele mostraba a una mujer feliz. La cama a dos personas cabilando a su manera.
Sergio tocó de nueva cuenta el hombro de Ana y de ahí paso la mano hasta el vientre.
Ana conservó su postura y agregó una respiración profunda para darle más veracidad al sueño.
Sergio quitó la mano para jugar con el control.
Canal tras canal, sólo lo detenía cuando alguna imagen mostraba a un niño o un cachorro o alguna mujer con cara de madre.
Pero tras una pausa continuaba con el cambio hasta regresar al canal donde la mujer embarazada hacía ejercicios. Ahora recostada sobre una alfombra.
Ana comenzó a sentir la sensación de orinar y se incomodó.
Movió las piernas para quedar en posición fetal, con la intención de aguantar aquellas ganas. Aún le daba la espalda a él.
Sergio utilizó el control pero ahora oprimía los números que lo llevaban a canales donde aparecían caricaturas.
Momentos después oprimió dos números que llevaron a la tele a un progrma donde una especie de ave le deba la comida en el pico a sus crías, mientras otro cuidaba el nido.
Sergio sudaba nuevamente, pero antes de ir a la regadera a empaparse, cambió al canal donde la mujer embarazada continuaba con los ejercicios.
Ana aprovechó la ausencia de Sergio para estirarse pues la posición que mantenía ya le molestaba.
Al escuchar que el grifo se cerraba regreso a la misma.
Sergio se sentó en el lado de su cama, pero enseguida se paró, rodeó la cama y se sentó junto a Ana.
Esta vez la movió y empujó para despertarla si en verdad ella dormía.
Ana ya no pudo disimular.
"¿Estás segura?", escuchó de él.
"Estoy segura, ya te lo dije no sé cuántas veces", respondió con la certeza de que esa noche ya no acabaría.
"¿De verdad lo estás?", atinó a musitar Sergio.
Ana se recarga sobre la cabecera, "sí, sí, sí, sí lo estoy Chueco, las veces que me lo preguntes no van a cambiar nada".
Una pausa, uno de esos silencios incómodos. Resignación de Sergio, respira profundo y vuelve a su parte de la cama.
Ana se acomoda, pero de cara a su pareja quien busca una posición que lo haga descansar.
Ella lo acaricia y él encuentra la posición perfecta, dándole la espalda.
Ella lo acaricia.
"¿Cuándo?", escucha ahora.
"No lo sé Chuequito, ¿cuánto tardan una pareja en tener casa, trabajo estable y una posición económica que nos permita quedarme en casa para atender un niño?".
Silencio, ya no tan incómodo pero, maldito silencio piensa ella.
Sergio toma el control y busca el partido repetido de fútbol.
Su mano busca el miembro al que sacude antes de, por fin, quedar dormido.
Ana apaga la tele. Cierra los ojos y se duerme pensando que jamás la obligarán a cambiar pañales...
viernes, 1 de febrero de 2008
SIEMPRE GUARDO UNA CERVEZA PARA LA CRUDA
POR FERNANDO MORCILLO
Sabía que estaba en mi casa porque el vómito estaba en la pared de mi baño.
Sabía que estaba en mi baño porque el espejo me mostraba que yo estaba ahí, vaciando mi estomágo en la pared, porque no llegué a levantar la tapa del bacín.
Y también sabía que estaba en mi casa, en mi baño, porque llevaba demasiado tiempo ahí sin que nadie preguntara, por lo menos, si todo estaba bien ahí, donde yo estaba.
Lo que no entendía es ¿qué hacía ella a esa hora y en ese Mi Lugar, en Ese Momento, si ni estuvo donde yo me acuerdo estuve la noche anterior?
Buscar respuesta a mi enigma era regresar a los principios de la filosofía que nunca entendí en la escuela y por eso no le pregunté qué hacía ahí conmigo.
El baño estaba disponible para mí, porque era mi baño, el baño que siempre me ha atendido; el baño que en los últimos cinco años me ha atendido sólo a mí.
En la pared, una de las cuatro paredes, el closet estaba en su lugar con la ropa en su lugar; la tele y el DVD en su lugar, encima de su mueble con los discos en su sitio.
En la otra pared mi silla y mi mesa con el intento de comida que tenía por despensa (dos bolsas de papitas y una de cacahuates salados) en su sitio.
Y en el otro lado, el refri de cinco pies. Es decir, todo en su lugar.
Hasta el cuadro que dejo el inquilino anterior estaba en su lugar.
Hasta la mancha que intentó quitar, el que vivía antes, con pintura azul de agua conservaba la misma forma.
Todo bien, excepto por dos cosas: ¿qué hacía ella a esa hora y en ese mi Lugar, en ese Momento, si ni estuvo donde yo me acuerdo estuve la noche anterior?
Lo otro, lo que no cuadraba en mi habitación, aún no sabía qué era, pero estaba seguro que faltaba.
En fin, terminé de hacer mi obra en el baño, la obra por la que algún artista habría pagado miles de dólares, para revender a algún buscador de tesoros, pero que en cuanto me sintiera bien mandaría, con ayuda de la regadera, al desagüe.
Incluso, sobre el lavabo un número incontable de hormigas dañaba mi obra plástica del día.
¿Cómo llegaron?, sí lo sabía. Igual que la última vez que me descuidé y no les aventé Baygon Hormigas.
¿Cómo llegó mi obra plástica ahí?, eso sí no lo sabía, aunque tenía una hipotesis.
Pero, ¿qué hacía ella a esa hora y en ese mi Lugar, en ese Momento, si ni estuvo donde yo me acuerdo estuve la noche anterior?
A un lado de mi codo izquierdo, la sangre coagulada ya había hecho una costra.
La luz del día, que asomaba por la esquina derecha de mi habitación, no me decía mucho de la hora… tantos años de vivir aquí no han servido para entender cómo camina el sol.
Ante mi escasa creatividad para formular respuestas o inventarme alguna, decidí acostarme en el piso, en la misma posición que recordaba haberme levantado.
Pero esa posición, mi cuerpo, ya no estaba dispuesto a aceptarla un rato más.
Por eso, para recuperar el lugar que mi cuerpo exigía tuve que preguntarle ¿qué hacía ella a esa hora y en ese mi Lugar, en ese Momento, si ni estuvo donde yo me acuerdo estuve la noche anterior?
Y ella dejó el libro, no sé si era mío, que leía entonces para preguntarme si estaba bien…
Dos años atrás hizo la misma pregunta pero tenía otro sentido.
Dos años atrás no tenía para pagar mi consumo y ella evitó que lo que yo conozco como cuerpo tuviera lesiones serias y por lo cual se comprometió a pagar la deuda.
Dos meses atrás hizo la misma pregunta cuando, dentro de uno de esos pequeños espacios que compartes con más de cinco, me preguntó si ya iba a cambiar.
Dos días atrás me preguntó lo mismo, pero tenía otra connotación, ¿estaba bien?.
Sí, aunque en ese momento ya se iba de ese cuarto que compartimos…
Entonces, ¿qué hacía ella a esa hora y en ese mi Lugar, en ese Momento, si ni estuvo donde yo me acuerdo estuve la noche anterior?
Y antes de responder a esa pregunta mi cerebro, a través del sentido de la vista, apreció que en una de esas cuatro paredes había un charco de agua.
Un charco de agua que tenía origen en el refri de 5 pies de alto y que en su espalda había sido desconectado.
La vanidad siempre lleva a la gente a presumir los únicos logros que puede tener en su vida, así como el narcisismo puede llevar a los que se creen bonitos a ver el mundo feo.
Para nosotros los alcohólicos, la vanidad es pensar que cuando la fiesta va a acabar debemos de pensar que no tenemos nada más para tomar.
Debemos entender que vienen horas duras y difíciles para que nuestro organismo vuelva a asimilar algún tipo de brebaje que evite que el cuerpo tenga esa sensación de sed, de cansancio, de me lleva la viejita…
Bueno, así era en el pueblo del que salí, donde la venta de alcohol terminaba a las 11 de la noche y depués, si no compraste lo suficiente, aguanta hasta las 10 de la mañana cuando Don Cuco regresaba de raspar el maguey.
Y así aprendí que aún cuando nunca faltaba el alcohol en este lugar, debías preveer
Pero aquí, cuando supe que el pulque no existe porque no existen ni los dioses que lo pueden beber porque simplemente no hay magueyes…
Desde que compré el refri he tenido la precaución de guardar una cerveza.
Este refri de 5 pies de alto ha podido conservar mi salvación del día siguiente.
Me ha ayudado y me ha salvado de tener que salir a buscar apaciguar mi sed en temperaturas de hasta 35 grados centígrados…
Tenía aún dos preguntas sin respuesta… y una de estas casi estaba por descubrirla.
Abrí la puerta del frigo, del refri de 5 pies de alto, y revisé su interior.
No había nada a excepción del queso oaxaca que olvidé desde hace tres semanas.
Pero siempre guardo una cerveza para la cruda y en ese momento no estaba donde siempre la he dejado.
De momento yo no podía responder a esa mi pregunta, pero había alguien que podía responder la otra, mi otra pregunta.
¿Qué hacía ella a esa hora y en ese Mi Lugar, en Ese Momento, si ni estuvo donde yo me acuerdo estuve la noche anterior?
Pero, de momento, esa pregunta ya no me interesaba…
¿Dónde está la cerveza que siempre guardo para la cruda?; esa sí me urgía preguntar.
Hace algún tiempo la pregunta más importante de mi vida se la hice a mi mamá.
Le pregunté cómo era yo cuando salieron mis primeros dientes.
No se acordaba y por eso mintió.
Me dijo que era un niño lindo y hermoso al que todos querían abrazar.
Con eso me dí cuenta que preguntar no valía nada porque siempre alguien te va a mentir y se va a aferrar para hacerte creer que es verdad porque para ellos ya lo es, porque ya aceptaron las mentiras de los demás.
Pero de eso, a preguntar sobre la cerveza que guardaba para mi cruda…
Más importante que saber ¿qué hacía ella a esa hora y en ese Mi Lugar, en Ese Momento, si ni estuvo donde yo me acuerdo estuve la noche anterior?, era necesario saber dónde estaba la cerveza que siempre guardo para la cruda.
Y ella, con preguntas (varias) en su cabeza, lejos de responder mejor recogió las blusas que aún quedaban sobre mi cama y le pertenecían.
Y partió con las grandes dudas por las cuales fue a buscarme, pero se fue con la gran respuesta de decirme dónde quedó la cerveza que siempre guardo para la cruda…
HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH
Sabía que estaba en mi casa porque el vómito estaba en la pared de mi baño.
Sabía que estaba en mi baño porque el espejo me mostraba que yo estaba ahí, vaciando mi estomágo en la pared, porque no llegué a levantar la tapa del bacín.
Y también sabía que estaba en mi casa, en mi baño, porque llevaba demasiado tiempo ahí sin que nadie preguntara, por lo menos, si todo estaba bien ahí, donde yo estaba.
Lo que no entendía es ¿qué hacía ella a esa hora y en ese Mi Lugar, en Ese Momento, si ni estuvo donde yo me acuerdo estuve la noche anterior?
Buscar respuesta a mi enigma era regresar a los principios de la filosofía que nunca entendí en la escuela y por eso no le pregunté qué hacía ahí conmigo.
El baño estaba disponible para mí, porque era mi baño, el baño que siempre me ha atendido; el baño que en los últimos cinco años me ha atendido sólo a mí.
En la pared, una de las cuatro paredes, el closet estaba en su lugar con la ropa en su lugar; la tele y el DVD en su lugar, encima de su mueble con los discos en su sitio.
En la otra pared mi silla y mi mesa con el intento de comida que tenía por despensa (dos bolsas de papitas y una de cacahuates salados) en su sitio.
Y en el otro lado, el refri de cinco pies. Es decir, todo en su lugar.
Hasta el cuadro que dejo el inquilino anterior estaba en su lugar.
Hasta la mancha que intentó quitar, el que vivía antes, con pintura azul de agua conservaba la misma forma.
Todo bien, excepto por dos cosas: ¿qué hacía ella a esa hora y en ese mi Lugar, en ese Momento, si ni estuvo donde yo me acuerdo estuve la noche anterior?
Lo otro, lo que no cuadraba en mi habitación, aún no sabía qué era, pero estaba seguro que faltaba.
En fin, terminé de hacer mi obra en el baño, la obra por la que algún artista habría pagado miles de dólares, para revender a algún buscador de tesoros, pero que en cuanto me sintiera bien mandaría, con ayuda de la regadera, al desagüe.
Incluso, sobre el lavabo un número incontable de hormigas dañaba mi obra plástica del día.
¿Cómo llegaron?, sí lo sabía. Igual que la última vez que me descuidé y no les aventé Baygon Hormigas.
¿Cómo llegó mi obra plástica ahí?, eso sí no lo sabía, aunque tenía una hipotesis.
Pero, ¿qué hacía ella a esa hora y en ese mi Lugar, en ese Momento, si ni estuvo donde yo me acuerdo estuve la noche anterior?
A un lado de mi codo izquierdo, la sangre coagulada ya había hecho una costra.
La luz del día, que asomaba por la esquina derecha de mi habitación, no me decía mucho de la hora… tantos años de vivir aquí no han servido para entender cómo camina el sol.
Ante mi escasa creatividad para formular respuestas o inventarme alguna, decidí acostarme en el piso, en la misma posición que recordaba haberme levantado.
Pero esa posición, mi cuerpo, ya no estaba dispuesto a aceptarla un rato más.
Por eso, para recuperar el lugar que mi cuerpo exigía tuve que preguntarle ¿qué hacía ella a esa hora y en ese mi Lugar, en ese Momento, si ni estuvo donde yo me acuerdo estuve la noche anterior?
Y ella dejó el libro, no sé si era mío, que leía entonces para preguntarme si estaba bien…
Dos años atrás hizo la misma pregunta pero tenía otro sentido.
Dos años atrás no tenía para pagar mi consumo y ella evitó que lo que yo conozco como cuerpo tuviera lesiones serias y por lo cual se comprometió a pagar la deuda.
Dos meses atrás hizo la misma pregunta cuando, dentro de uno de esos pequeños espacios que compartes con más de cinco, me preguntó si ya iba a cambiar.
Dos días atrás me preguntó lo mismo, pero tenía otra connotación, ¿estaba bien?.
Sí, aunque en ese momento ya se iba de ese cuarto que compartimos…
Entonces, ¿qué hacía ella a esa hora y en ese mi Lugar, en ese Momento, si ni estuvo donde yo me acuerdo estuve la noche anterior?
Y antes de responder a esa pregunta mi cerebro, a través del sentido de la vista, apreció que en una de esas cuatro paredes había un charco de agua.
Un charco de agua que tenía origen en el refri de 5 pies de alto y que en su espalda había sido desconectado.
La vanidad siempre lleva a la gente a presumir los únicos logros que puede tener en su vida, así como el narcisismo puede llevar a los que se creen bonitos a ver el mundo feo.
Para nosotros los alcohólicos, la vanidad es pensar que cuando la fiesta va a acabar debemos de pensar que no tenemos nada más para tomar.
Debemos entender que vienen horas duras y difíciles para que nuestro organismo vuelva a asimilar algún tipo de brebaje que evite que el cuerpo tenga esa sensación de sed, de cansancio, de me lleva la viejita…
Bueno, así era en el pueblo del que salí, donde la venta de alcohol terminaba a las 11 de la noche y depués, si no compraste lo suficiente, aguanta hasta las 10 de la mañana cuando Don Cuco regresaba de raspar el maguey.
Y así aprendí que aún cuando nunca faltaba el alcohol en este lugar, debías preveer
Pero aquí, cuando supe que el pulque no existe porque no existen ni los dioses que lo pueden beber porque simplemente no hay magueyes…
Desde que compré el refri he tenido la precaución de guardar una cerveza.
Este refri de 5 pies de alto ha podido conservar mi salvación del día siguiente.
Me ha ayudado y me ha salvado de tener que salir a buscar apaciguar mi sed en temperaturas de hasta 35 grados centígrados…
Tenía aún dos preguntas sin respuesta… y una de estas casi estaba por descubrirla.
Abrí la puerta del frigo, del refri de 5 pies de alto, y revisé su interior.
No había nada a excepción del queso oaxaca que olvidé desde hace tres semanas.
Pero siempre guardo una cerveza para la cruda y en ese momento no estaba donde siempre la he dejado.
De momento yo no podía responder a esa mi pregunta, pero había alguien que podía responder la otra, mi otra pregunta.
¿Qué hacía ella a esa hora y en ese Mi Lugar, en Ese Momento, si ni estuvo donde yo me acuerdo estuve la noche anterior?
Pero, de momento, esa pregunta ya no me interesaba…
¿Dónde está la cerveza que siempre guardo para la cruda?; esa sí me urgía preguntar.
Hace algún tiempo la pregunta más importante de mi vida se la hice a mi mamá.
Le pregunté cómo era yo cuando salieron mis primeros dientes.
No se acordaba y por eso mintió.
Me dijo que era un niño lindo y hermoso al que todos querían abrazar.
Con eso me dí cuenta que preguntar no valía nada porque siempre alguien te va a mentir y se va a aferrar para hacerte creer que es verdad porque para ellos ya lo es, porque ya aceptaron las mentiras de los demás.
Pero de eso, a preguntar sobre la cerveza que guardaba para mi cruda…
Más importante que saber ¿qué hacía ella a esa hora y en ese Mi Lugar, en Ese Momento, si ni estuvo donde yo me acuerdo estuve la noche anterior?, era necesario saber dónde estaba la cerveza que siempre guardo para la cruda.
Y ella, con preguntas (varias) en su cabeza, lejos de responder mejor recogió las blusas que aún quedaban sobre mi cama y le pertenecían.
Y partió con las grandes dudas por las cuales fue a buscarme, pero se fue con la gran respuesta de decirme dónde quedó la cerveza que siempre guardo para la cruda…
HHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH
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